Veronik Liberal

Veronik Liberal

jueves, 18 de abril de 2013

El vestido rojo

-¡ya estoy arreglada!

-Y más que lo vas a estar. – dijo Carlos

-¿A  dónde vamos a ir?

-Preguntas mucho, saldrás pronto de dudas.

No sé qué se traía entre manos pero me gustaba que me sorprendiese, lo hacía en ocasiones, era parte de su encanto y era excitante ir a la aventura.

Salimos del piso, llamamos al ascensor. Una vez dentro, le di una palmada en su culo mostrando mi sonrisa pícara. Él me correspondió con un  beso cálido y dulce. Al llegar  abajo me cogió de la mano derecha y partimos rumbo calle arriba. Al poco de transitar entramos en la calle más comercial de la ciudad. Íbamos con un ritmo lento pero constante hasta que él paró enfrente de una tienda de ropa para mujeres. Fue entonces cuando me di cuenta de su intención, o eso creía…

A Carlos le encantaba comprarme ropa, incluso picardías, sujetadores, culottes, etc. No era muy común en hombres, pero él era una excepción en toda regla. Lo que no entendía que hacía yo allí, pues siempre iba él solo, sabía mi talla. Me quedé pensando a la vez que miraba los modelitos del escaparate hasta que Carlos habló:

-Hoy he decidido traerte conmigo y no te marchas sin que te compre un modelito.

Entramos al establecimiento, con música dance de fondo. Estaba lleno de gente, sobre todo de muchachas emocionadas  por buscar sus mejores modelos y probarlos. Había  una gran diversidad de ropa, no sabía por dónde tirar. De sopetón Carlos comentó:

-Vamos a la zona de ropa de fiesta.

Que decidiera él, fue lo mejor, me sentía aturdida. Mi gran asombro seguía latente. Tanta ropa, tantos colores, tantos tamaños… hasta que reaccioné cuando vi un vestido en un maniquí.
Era un vestido rojo, sin mangas. Tenía un elegante escote drapeado, tanto por delante como por detrás. Llegaba casi a las rodillas, de corte recto. Y con él incluido, una cadena  como de cinturón. Era precioso, incluso el color. Mi chico se percató de mi atención en él y me soltó:

-Aunque pienses que el color no te favorece, te lo vas a probar igual.

No tenía ni la menor  intención de probarlo pero… él siempre tenía las palabras justas para convencerme. Nos dispusimos a buscar el vestido entre las perchas, no debería de andar muy lejos.

-¡Vero, aquí está!


-Te espero fuera, mírate con él puesto las veces que haga falta y ya me darás la razón- comentó él al mismo tiempo que me guiñaba un ojo.

Entré al probador, cerré la cortina azul y coloqué el vestido en un colgador a la derecha. De frente había  un espejo largo y en  una esquina una silla blanca. Las paredes eran blancas impolutas.
Me fui desprendiendo de la ropa que tenía puesta y ubicándola  en el otro colgador. Quedé con el culotte  y sujetador puestos. Eran a juego, de encaje negro. Carlos acertaba en todo.
Le quité la cadena al vestido y me lo coloqué  por la cabeza. Era suave, daba gusto tocarlo y era muy fácil de manejar. Acomodé bien el escote, puse la cadena por mi  cadera  ancha y paré a observarme.
Los hombros al descubierto, la forma del  escote enseñando un poco los pechos (sin demasía), y la de atrás intentando adivinar el sujetador, la cadena de cinturón que marcaba mi cadera, las piernas desde la rodilla a la vista. Eran los pequeños detalles que me gustaban del vestido. Aparte del color, que era el ideal, aunque no soy fanática de los colores vivos. Por eso estaba dubitativa y quizás no me atrevería a ponérmelo en futuras ocasiones.

Me quedé pensando con la mirada perdida hasta que noté una mano en mi boca, ahogando mi grito de susto. En milésimas de segundos mi cuerpo se tensó y cuando reaccioné vi a Carlos.

-No me miraron entrar, no soporte esperar. No podía parar de imaginarme como queda el vestido rojo en tu cuerpo.

Mientras, su mano izquierda bordeaba lentamente el perfil de mi cuerpo. Su nariz pegada a mi cuello percibía mi olor.
El susto se disipó en nada por las sensaciones que estaba teniendo en ese momento. Empezaba a excitarme. En aquel lugar tan estrecho  y, sobre todo,  el mero hecho de que nos podían pillar en esa situación, mucho más.
Enseguida  apoyó sus manos en las mías, haciéndolas apoyar en el espejo, con su rodilla derecha hizo separarme las piernas y pegado a mí, con su boca junto a mi oreja derecha, me susurró:

-Este vestido incita mucho, tanto que dan ganas de follarte aquí, ahora mismo y con él puesto.

Mí lívido no paraba de subir, deseaba notar sus manos por cada centímetro de mi piel, deseaba besar su boca traviesa, deseaba desafiar su mirada,… ¡en ese sitio tan morboso! Sin esperármelo, me dio la vuelta y adaptó sus manos en mi culo. Su boca se fue acercando a la mía pero a escasos centímetros paró, sacó su lengua y con ella bordeó mis labios. ¡Dios! ¡Cómo me podía hacer eso el muy cabrón!
Con mis manos acaricié su pelo y atraje su cara a la mía, necesitaba saborear su legua, aspirar su respiración, morder sus labios…nos dimos un beso como nunca…
Cuando retiramos nuestras bocas, él fue deslizando su lengua a mi oreja, y me mordisqueó el lóbulo. Con sus manos fuertes fue bajando el vestido, a medida que avanzaba dejaba el rastro de sus besos. Al llegar a las caderas, quitó la cadena y con sutileza descendió el vestido. Lo atrapó y lo colocó en el colgador. Su boca me estaba enloqueciendo y si hubiera seguido no respondía de mí. De fondo, la música de la tienda cambió de estilo completamente.
En ese momento empezó a sonar  “Prince- Purple Rain". Así que de inmediato decidí darle un giro a la situación, me había calentado, por lo tanto en ese momento decidí llevar yo las riendas. No iba a quedar sin más todo lo que me hizo en ese sitio tan pequeño con tanta gente alrededor y con el riesgo de que nos podían pillar, sobre todo alguna empleada.  En el fondo también me gustaba el riesgo, sentía una mezcla  de sensaciones entre excitación y adrenalina.

Le mandé que se sentara en la silla, observando hacia mí y que estuviera quieto con las manos o con cualquier parte de su cuerpo.

Con la ropa interior puesta, a ritmo de la canción  bailaba sensualmente, acariciándome  por los labios humedecidos de mi saliva, los hombros, los pechos redondos, la cintura, la cadera, el pubis, las piernas. Volvía a rozar de nuevo mis manos por mis pechos, por mi zona íntima, pero con más presión. Él estaba con ansias de tocarme, yo le negaba con la cabeza y seguía con el viaje de mis manos por mi cuerpo.
Disfrutaba siendo el foco de atención para él, y conociéndolo, también de su excitación. Sin parar de sonreírle y de mirarle a sus ojos azules seguían mis caricias, mi baile y poco a poco con gestos provocativos  quité primero el sujetador, dejando ya a la vista los pezones duros y las aureolas sonrosadas. Luego con rebeldía el culotte, mostrando mi pubis depilado. Me sentía acalorada y excitada, la idea que tuve no fue la mejor por lo que iba a parar, pero no sin antes notar mi dedo índice en mi sexo ante la mirada de él. Realmente estaba húmedo, deslicé fácilmente hasta dar con el clítoris. No pude evitar  un gemido ahogado, cerrar los ojos y pellizcar con la otra mano un pezón. Era como si aliviara algo mi excitación. De repente escuché un estruendo e innatamente fui  junto a Carlos a taparme. Por suerte la cortina seguía cerrada pero por otro lado fue un corte por lo que estaba sintiendo.

-Bueno…ya estuvimos  bastante tiempo aquí, va ser mejor que marchemos- dije a la vez que me incorporaba

-¡Menuda cara! –Dijo él mientras me mostraba su parte íntima.

-A mí no me eches la culpa, ¿habías entrado, no?- como si nada fuera conmigo.

-Pues… ¿sabes qué? Ahora  te vistes sin la ropa interior – exhibiendo triunfante mi sujetador y culotte.

-¿Qué  hacemos con el vestido?

-No me cambies de tema

-Qué quieres que te diga, te quedo más a mano, ¿no?- dije mientras para enseguida mordisquear mi labio inferior, mirando hacia su sexo

-No me tientes…que soy capaz.

-Lástima que venimos solo a comprar. Me quedo con el vestido ¿te parece?

-Que bien lo pasaremos en futuras ocasiones…

Mientras hablábamos, me iba vistiendo. Con el vestido en mano salimos del probador y miramos a una dependienta sonriéndonos y guiñándonos el ojo. El estar vestida sin ropa interior ante su vista me hacía sentir desnuda, y mi calentón reciente no paraba de ascender. Carlos aprovechó la ocasión para palparme el culo por encima de la falda morada y mirar descaradamente a la dependienta.

-¡Vámonos ya! Tenemos que hacer algo que nos urge.- le espeté

Nos acercamos al mostrador, y mientras él sacaba el dinero para pagar el vestido, yo notaba la mirada del dependiente que estaba detrás de la barra en mis pechos, cubiertos por la blusa negra. No sabía si era percepción mía o no, pero me sentía observada por todos. Y en parte sentía excitación pero por otra vergüenza.

-Si no te importa dame la bolsa ¡bicho!

Solté una carcajada y se la di. Percibí que era para disimular su erección.


Durante el trayecto mi imaginación volaba, la situación que me  he hizo sentir Carlos en el probador, la que le hice yo, las miradas y sonrisas de los dependientes, sin ropa interior…
Al entrar al ascensor, después de que cerrara la puerta, espeté a Carlos contra una pared y empecé a besarle muy provocativamente mientras le acariciaba el pene por encima del pantalón. Él con sus manos me apartó, y con una me la metió por debajo de la falda. Noté su dedo introducirse en la vagina, estaba tan lubricada que enseguida metió dos.

-Uy… ¡cómo está la nena!….ya falta poco querida.

A mí se me hacía eterno, mi excitación ascendía como nunca. Al entrar en el piso Carlos dejó la bolsa encima de un armario y me  dijo:

-Vete a la habitación, desnúdate y espérame poniéndote en la cama a cuatro patas con el culo hacia la puerta.

No se podía negar que era dominante, pero me encantaba, entre otras cosas. Era Carlos. Obedecí y de allí a  poco tiempo noté su mano acariciando en círculos mi culo. Y antes de que siguiera cerró la puerta.
 


jueves, 11 de abril de 2013

Aurea: hermosa como el oro

Allí estaba Carolina, con la mirada fija al espejo. Observando cada detalle de su cuerpo. Su melena morena llegaba hasta los pechos. Ondulada y brillante. Sus ojos acastañados no evitaban fijarse en sus pechos redondos y firmes.

No podía quitarse de la cabeza a Ángel. Se conocieron hace una semana y desde el primer momento se atraían mutuamente y no querían desperdiciarlo. Todos los días, durante una hora sus cuerpos se fundían, se acariciaban, se sentían, se besaban, en definitiva, daban rienda a toda su pasión.

Una vez que había terminado de ver su anatomía que tanto admiraba Ángel se dispuso a encender la radio. No quería perder el programa que escuchaba todos los días.
La voz cálida de la locutora le transmitía sosiego y bienestar.

Tras una música relajante la locutora empezaba a hablar:

“Buenas noches amig@s, una noche más conmigo. Esta noche os llevaré a un tema fascinante ¿a quién no le despertó alguna vez curiosidad por las  hadas? ¡Eses seres magníficos que nos hacen llevar la fantasía, evadirnos del mundo real y sentirnos mágicos! Son infinitas y es imposible recopilarlas, ya que aparecen en todas las culturas y en todo el mundo, con características diferenciales.

Hoy os hablaré  un poco de las ‘mouras’:

Son jóvenes hadas de las leyendas gallegas. Se tratan de mujeres seductoras, su cabello largo y pelirrojo es el componente sexual, su piel es blanca y suave, y sus mejillas son coloreadas. En numerosas ocasiones acaban metamorfoseándose o volviéndose invisible.
Viven en cuevas o grutas, en donde suelen guardar el oro, en verano suelen aparecer de día a la orilla de un río hilando o peinando su pelo.
Con su ayuda, por sus poderes sobrenaturales, levantaron dólmenes, situados en lugares especiales.

Para hacer más ameno este tema he pensado en compartir con tod@s vostr@s un relato erótico pero antes os pondré una melodía tranquila y de origen gallega para adentrarnos en nuestra temática:

Carlos Nuñez-Moura


Y con esa música de fondo, Carolina, sonriente, se iba vistiendo. Justo cuando iba a calzarse la locutora empezaba a narrar, así que dejó los zapatos, se echó encima de la cama y prestó toda la atención:


‘No era un bosque más, este era especial para Aurea. Toda la vegetación verde, los árboles grandes y enteros, una multitud de flores y plantas, y un río con abundante agua.
Todas las tardes iba a dar un paseo y ese día era el más propicio, San Juán.

Después de dar unas cuantas vueltas se sentó a la orilla del río. Sus alas inquietas y doradas dejaron de agitar. Su melena pelirroja dejó de ondear. Parpadeo un par de veces al mismo tiempo que dió un chasquido con los dedos. Se convirtió en una mujer bellísima.
Le parecía fascinante que con nada y en tan poco podía transformarse de hada a mujer.
Su sonrisa daba alegría al entorno, sus ojos verdosos claros brillaban más, su piel más aterciopelada, sus curvas más marcadas y su melena más larga y brillante. Con un giro de la mano obtuvo un peine de oro. Con él empezó a peinar su larga melena cuidadosamente. Le dedico un buen tiempo a ello. Estaba casi terminando cuando escuchó un ligero sonido gracias a su agudeza auditiva. Aunque se convirtiera en mujer no perdía sus poderes de hada. Miró a su alrededor y percibió a un jovenzuelo. Agudizó su vista y pudo notar que no era un cazador. Al saber eso quería que se le acercara, chapoteó su mano en el agua del río. La curiosidad del chico hizo ir hacia donde había escuchado el ruido. Cuando se dio cuenta que había una mujer a la orilla del río se quedó petrificado.

Aurea no paraba de mirarle y sonreírle hasta que le dijo:

- “¡Ven!”  

Él obediente se acercó. Era alto, con un cuerpo muy atractivo, de tez morena, unos ojos negros intensos y un porte elegante. Estaba admirado por su belleza. Se sentó a su lado con un poco de miedo, por lo desconocido, pero algo le hacia atraerse como un imán a ella.

- Me llamo Aurea, ¿y tu?
- Oscar
- Creo que el destino hizo que nos cruzáramos.

A medida que iba hablando ella lo  hacía con más firmeza. Tenía a Oscar a milímetros por lo que pudo observarlo mejor, también notó que estaba muy nervioso. A pesar de ello, percibió que él estaba ansioso por probar sus labios tentadores y  de acariciar su piel de arriba abajo sin dejar ni una zona. La verdad es que ella lo deseaba desde el momento que lo miró.

Sin pensárselo más de dos veces se humedeció los labios y fue a besar dulcemente al chico. Él reaccionó agarrando su dulce cara y le correspondió. Sus lenguas se cruzaron y la saliva se entremezcló. Como si las prisas les apoderaran lo hacían con más rapidez a la vez que se daban algún mordisco en los labios.

Al mismo tiempo Oscar descendía sus manos por los brazos a la vez que le quitaba la túnica blanca. Ella se estaba excitando, eran tantas sensaciones extraordinarias que deseaba que nunca acabase. Con los pechos al aire él fue descendiendo su lengua por el cuello hasta llegar a ellos y haciendo redondeles sobre el pezón. Con una mano en cada pecho los empezó a acariciar suavemente, para luego juntarlos y hacerlo con más rapidez. Su lengua rozó el pezón izquierdo, lo suficiente para humedecerlo y endurecerlo. Acto seguido hizo lo mismo con el pezón derecho. Y como guinda al pastel, su boca abrazó el pezón, tanto el derecho como el izquierdo, para succionar el pecho.

Fue deslizando su lengua por la piel suave y blanca, pasando el ombligo pequeño, hasta llegar a su pubis. El cuerpo de Aurea no lo podía evitar, se estremecía ante eses estímulos y la cadera se elevaba. Los dedos de él rozaban suavemente el pubis, aunque lo que más deseaban era juguetear con aquel lugar recóndito. Los muslos de ella se separaban para dejar paso a su máximo  placer. La boca de él se abrió para sacar su lengua. La pasó cerca de su húmedo sexo pero poco a poco se fue acercando. Cuando Aurea  notó su lengua dentro  lanzó un alarido gustosamente.
Siguió danzando su lengua por los labios vaginales, provocando gemidos profundos y ahogados. Avanzó hacia el abultado clítoris para lamerlo, y presionarlo, un poco, cada vez un poco más y más. En su cabeza tenía las manos de ella haciendo fuerza cada vez que se estremecía y lanzaba un gemido ahogado. Dos dedos de él  se introducían en el interior de su vagina marcando un ritmo constante. La respiración acelerada de ella y sus movimientos de cadera más rápidos presagiaban un gran orgasmo. Él siguió hasta que ella gimió de placer como nunca y su cuerpo se convulsionó un par de veces.

Aurea mostró una gran sonrisa e iba a besar a Oscar cuando este se echó hacia atrás. Le pareció ver algo dorado detrás de ella, pero enseguida parpadeó y comprendió que estaba equivocado.

Mientras ella jugaba con su lengua provocativamente con la de él, lo iba desnudando a la vez que movían sus cuerpos rítmicamente.

-¡Túmbate! – Mandó ella

Se sentó encima de él, haciendo que sus zonas íntimas coincidieran sin que aún se sintieran uno dentro del otro. A la vez que se meneaba, y que sus sexos se frotaban, ella con sus dedos pellizcaban sus pezones. Los resoplidos de él eran cortos y constantes, le lanzó una mirada a Aurea, y como comprendiendo asintió la cabeza.

Elevó sus caderas permitiendo que el pene entrara lentamente rozando cada milímetro de su vagina. Esa sensación era fantástica para los dos, difícilmente inexplicable. Empezó a moverse rítmicamente que enseguida se cambiaron por las embestidas de él, largas y profundas. Cada embestida hacia temblar el cuerpo de ella. La llegada de un orgasmo era inminente. Él, con sus brazos agarró el cuerpo de ella elevándolo ligeramente y aceleró las embestidas. Proporcionando un placer que enseguidamente acabaría en clímax. Sus respiraciones entrecortadas y gemidos daban paso a  un par de gritos de placer, sus cuerpos agitados a estar por milésimas de segundos quietos pero recorriendo por todo el cuerpo un placer infinito.

Aurea irradiaba luz en todo su cuerpo y cuando contempló a Oscar con los ojos abiertos de par en par sutilmente le puso un dedo en su boca y le susurró:

-¡sshhh!

Esta vez pudo contemplar con toda claridad unas alas doradas y grandes en la espalda de ella.


Oscar se despertó de la cama agitado, advirtió algo pequeño en su torso y lo miró detenidamente. Constató que no fue ningún sueño. Era la hada Aurea, tan hermosa como el oro.’



Espero que os hubiera gustado el relato amig@s. Mañana a la misma hora volvemos, contamos contigo. ¡Buenas noches!”


Carolina estaba imaginándose la última escena del relato cuando escuchó sonar el timbre. Se calzó toda apurada y fue abrir:

-Uy…que sonrisa más picara… ¿vamos?- dijo Ángel
-¡Por supuesto! ¿Lo dudas?