Veronik Liberal

Veronik Liberal

jueves, 29 de mayo de 2014

El camino de lo prohibido

Día 1 

¡Que emoción! ¡Que ganas! 
Me tardaba el día en que voy a comenzar el gran camino. El día que se lo comenté a mi familia se apenaron mucho, no me iban a ver todos los días y estaban preocupados en cómo me encontraría. Los estudios fueron los que me hicieron retrasar este viaje pero tuvo su recompensa. Las calificaciones fueron mejores de lo que había imaginado. ¡Sí! ¡Estoy contenta!’ 

Lía dejó de escribir, cerró la libreta, la guardó con el bolígrafo y sacó el mp3. Lo puso en funcionamiento y se colocó los auriculares. Mientras escuchaba música iba leyendo unos folletos  en el asiento del AVE. Lo había cogido en Málaga después de cruzar el estrecho  de Gibraltar. 


  Lía, era una chica fruto del amor entre Hassan y Cami. Hassan era un hombre judío que se desplazó a Tanger (Marruecos) por negocios. En  un par de semanas conoció a Cami, de la que se quedó prendado en cuanto la vio.  Con el tiempo la conquistó y decidió quedarse a vivir allí. Dos años después nació su primera hija, que en cuanto tuvo uso de razón decidió coger la religión de su padre.

  Poseía muchas cualidades que la definían como persona, pero sobre todo era alegre, sociable, charlatana y tozuda.
  Físicamente era delgada, de estatura media y con pelo castaño ondulado que le llegaba a los hombros. Tenía unos ojos azulados verdosos, una buena delantera, unas caderas sinuosas y un buen culo. 


De vez en cuando miraba los paisajes por la ventana. Le sorprendía como podían variar tanto cada vez que avanzaba el medio de transporte. Era su primer viaje fuera de su país de residencia. 

En cuanto llegó a Zaragoza, cogió su mochila, en donde llevaba todo lo que necesitaba, y se bajó. Se encaminó hacia la estación de autobuses y se dirigió al bus que la llevaría a Roncesvalles. Colocó su mochila en el maletero y se fue a sentar. Mientras veía encuentros y despedidas a través de la ventana, recordaba lo que hacía en semanas anteriores. Realizaba caminatas que cada vez duraban más y tenían más dificultad. También leía información sobre el camino, del material que necesitaba llevar y de las recomendaciones. En cuanto arrancó el bus, sacó un folleto y recordó el albergue a donde tenía que ir. Ya en el destino sintió  una gran emoción. Al día siguiente comenzaba el camino francés del Camino de Santiago. 


Día 16 

¡Hoy he llegado a O Cebreiro! ¡En Galicia! 
¡Que poco falta ya para llegar a Santiago! Esta experiencia está siendo fabulosa. Estoy conociendo más a fondo los monumentos históricos de cada ciudad por la que estoy pasando. Admirando la variada vegetación y  fauna. ¡Y conociendo gente! Muchos extranjeros. Las expresiones y los gestos ayudan mucho a que nos entendamos.’ 

Cerca de las once de la noche Lía cerró la libreta y se echó a dormir. Los albergues  a las once apagaban la luz  y cerraban la puerta de la entrada. 


Día 21 

He decidido parar un momento aunque esté muy cerca de mi destino. Disfrutar de la vista desde este monte es ¡espectacular! Aunque sea a lo lejos, se ven las dos torres de la catedral. Me enorgullezco de conseguir mi meta.’ 

Estaba sentada en la hierba serena, contemplando todo lo que estaba a su alcance. Cinco minutos más tarde cargó con la mochila y partió a hacer la segunda parte de ese tramo. 


Caminaba por las calles angostas, repletas de bullicio, toda sonriente. A escasos metros se encontraba de un gran monumento histórico gallego. En cuanto lo avistó no pudo evitar quedarse atónita. Una vez enfrente lo recorrió con su vista de abajo a arriba. Estaba delante de la catedral de Santiago de Compostela. 


Al día siguiente 

Después del día exultante volvió de nuevo a la catedral. La grandeza y la decoración le parecían admirables. Pero algo le había cautivado, mejor dicho, alguien. Las personas de alrededor la miraban en algún momento, llamaba la atención su belleza inaudita. 

Recorriendo la gran estancia, buscó al chico que conoció el día anterior. Se llamaba Iago, tenía dieciocho años, era moreno y tenía unos ojos castaños. El vestuario que llevaba no era muy propicio para apreciar su cuerpo, era monaguillo, pero le había gustado mucho lo que vio. Hasta le daba morbo. 

-¡Hola guapo! 

-¡Ey! ¿Qué tal Lía? 

-Ahora mejor- dijo con una gran sonrisa- aunque mejor que podíamos estar… 

-Mejor no pregunto. 

-Recuerda la conversación que tuvimos ayer, imagínatelo – se mordió el labio inferior y le guiñó el ojo. 

-Shh…aquí dentro no. 

Lía miró el interior de la catedral y se recreó con una escena en su imaginación. Como si Iago lo adivinara, lanzó un suspiro hondo y echó la vista hacia un lado. Volvió la vista cuando se percató de una mano suave rozándole el cutis. Sus miradas chocaron y lo decían todo. No hacía falta palabras. Solo que él no sabía muy bien que hacer porque también quería. 

-Tengo ganas de saborear tus labios, de acariciarte de arriba abajo, de lamerte, de excitarte…- le murmuró Lía. 

-No sigas… 

Una sonrisa divertida asomó en la cara de ella. 

-¿Salimos? 

-No…no puedo 

-¿Por? 

-¿Hace falta que te lo diga? – y le mostró su ropa. 

Ella resopló y sin saber que decir se sentó en el banco que estaba cerca de ella. Iago se alejó y ella se quedó allí. Después de media hora, cuando se disponía a marchar apareció él. Vestido con un pantalón vaquero y una camisa negra, mostrando esta vez una sonrisa traviesa. Él le cogió de la mano izquierda y dijo: 

-¡Ven conmigo! 


A paso ligero, casi en  volandas, la sacó de allí y la llevó a la parte de atrás de la catedral. La trasladó a una esquina en donde no había tránsito de gente y la apoyó  en una pared. 

Empezó a acariciarla con ansia mientras le miraba  intensamente a la boca entreabierta y a la mirada lasciva. A Lía le había excitado la adrenalina que sintió y lo que le empezaba a hacer. 
A escasos milímetros sus labios querían rozarse, sus lenguas saborearse, sus respiraciones compaginarse. Y que por mucho más tiempo no podían aguantarse. Se fundieron en  un beso muy húmedo y sin dar tiempo a respirar. Lía metía sus manos por debajo de la camisa y le arañaba la espalda ancha. 
Iago se retiró para coger aire y aprovechó para acariciarle los pechos  grandes, por encima de la blusa holgada, con movimientos circulares. Los suspiros de ella no cesaban. En un arranque de la chica, cogió al chico y lo abalanzó hacia la pared. Apresuradamente le quitó la camisa y se dedicó a acariciar con la punta de sus dedos el torso. Al tocar los  pezones, los pellizcaba muy suave. Las manos femeninas descendieron hacia el pantalón, y mientras con una palpaba el sexo, con la otra el culo. 
El momento fue interrumpido cuando le parecieron ver algunas sombras de personas. Eso hizo que Lía se enderezara del todo y se pegase a él. Iago aprovechó para mordisquearle el lóbulo y deslizar su lengua por el cuello. 

-¡Date la vuelta! – le susurró muy lentamente. 

Ella obedeció dócilmente. Pegada a él, con el culo notó la entrepierna dura y ancha que se quería meter entre las nalgas. Ella llevaba puesto una falda larga fina. 

-Desde que te había visto deseaba hacer esto – musitó él. 

-Pues bien que lo has disimulado. 

Ella no paraba de mover el culo y eso hacía que la polla de Iago no parase de crecer. Él levantaba la falda como podía hasta dejarla con el pompis al aire, mostrando un tanga blanco. Notándolo ella muy húmedo, por la excitación vivida del momento. Iago tiró de él hacia arriba. Lía se estremeció y jadeó. Los dedos de él recorrieron el tanga de atrás a adelante para terminar escabulléndose al sexo depilado. Con caricias casi imperceptibles le hizo poner la piel de gallina y de desear más. Los movimientos pélvicos  hacían que ella cada vez quería más, y de esa manera notaba más los dedos dentro de ella. El grado de excitación iba en aumento. Los gemidos ahogados fueron silenciados por los besos lujuriosos que le propinaba él. Su cuerpo no paraba de moverse. En esa posición obtuvo un orgasmo que le hizo tensar el cuerpo y soltar un grito agudo. 
Sonriente se dio la vuelta y agarrando a Iago por las mejillas le dio un beso muy cálido y tierno. 

-Nunca pensé llegar al orgasmo después de hacer un camino, detrás de la catedral con un monaguillo. 

-A escasos metros de todo el bullicio. 

Sus miradas cómplices se desviaban hacia sus cuerpos. Se encontraban muy calientes. Sus manos no paraban de acariciarse mutuamente y en algunas zonas con más presión. Él se ocupó de quitarle la blusa y del sujetador blanco. Se pasmó al ver sus pechos grandes y redondos, con pezones grandes y oscuros. Inmediatamente fue a lamerlos y succionarlos, dejándolos duros como piedras. Los gemidos volvían a escucharse. Eso hacía que él se aplicaba más y mejor. También los pellizcaba y tiraba de ellos. Ella encontrándose en plena ebullición de éxtasis le desabrochó el pantalón. E introdujo su mano por dentro del bóxer. Tocando su polla erecta. Notando cada centímetro de su piel. Desde la base hasta el capullo. Y marcó un ritmo. Los dos estaban gozando del momento. 
Él con los ojos cerrados sentía su mano, ella le vio la expresión y le murmuró: 

-La quiero dentro de mí. 

Sin ningún miramiento le agarró de las muñecas y le situó las manos en la pared. Estaba de espaldas a él. Sin dificultad, él le quitó la falda por las piernas y se quitó los pantalones y el bóxer. Colocó sus manos en las caderas de Lía y frotó su sexo contra el culo. Le apartó el tanga y deslizó su polla por el sexo húmedo. Jugueteando con el roce y dando pequeños golpes. Notaba como le gustaba a ella por los gemidos que salían de su garganta. Sin poder evitarlo más, él la introdujo lentamente. Notando la rugosidad de aquel coño sonrosado. Y empezó con un vaivén lento. Estuvieron durante un rato disfrutando uno del otro. Como si le faltara algo, descendió su mano izquierda para ir a estimular el clítoris. Que ya se encontraba duro y sonrosado. Propiciándole una variedad de movimientos. La respiración de ella cada vez era más rápida y entrecortada,  y no paraba de jadear y lanzar algún que otro grito. Esto hizo que Iago asentara sus dos manos en las caderas y acelerara las embestidas. Las vistas de los pechos colgando también favorecían  a que cada estocada fuera hasta el hondo. El ritmo frenético culminó cuando los dos se movían al unísono y lanzaron gritos ahogados. Manteniendo la postura  cogieron aire para tranquilizarse. 
Él mientras se retiraba acariciaba a Lía dulcemente. Antes de que se vistieran se dieron un beso romanticón. 

Una vez vestidos se desplazaron hacia la Plaza del Obradoiro cogidos de la mano.  Allí, Lía vio por última vez la Catedral y escuchó lo que le comentó Iago: 

-Será nuestro secreto. Si vuelves, ¡por aquí estaré!