No podía quitarse de la cabeza a Ángel. Se conocieron hace una semana y desde el primer momento se atraían mutuamente y no querían desperdiciarlo. Todos los días, durante una hora sus cuerpos se fundían, se acariciaban, se sentían, se besaban, en definitiva, daban rienda a toda su pasión.
Una vez que había terminado de ver su anatomía que tanto admiraba Ángel se dispuso a encender la radio. No quería perder el programa que escuchaba todos los días.
La voz cálida de la locutora le transmitía sosiego y bienestar.
Tras una música relajante la locutora empezaba a hablar:
“Buenas noches amig@s, una noche más conmigo. Esta noche os llevaré a un tema fascinante ¿a quién no le despertó alguna vez curiosidad por las hadas? ¡Eses seres magníficos que nos hacen llevar la fantasía, evadirnos del mundo real y sentirnos mágicos! Son infinitas y es imposible recopilarlas, ya que aparecen en todas las culturas y en todo el mundo, con características diferenciales.
Hoy os hablaré un poco de las ‘mouras’:
Son jóvenes hadas de las leyendas gallegas. Se tratan de mujeres seductoras, su cabello largo y pelirrojo es el componente sexual, su piel es blanca y suave, y sus mejillas son coloreadas. En numerosas ocasiones acaban metamorfoseándose o volviéndose invisible.
Viven en cuevas o grutas, en donde suelen guardar el oro, en verano suelen aparecer de día a la orilla de un río hilando o peinando su pelo.
Con su ayuda, por sus poderes sobrenaturales, levantaron dólmenes, situados en lugares especiales.
Para hacer más ameno este tema he pensado en compartir con tod@s vostr@s un relato erótico pero antes os pondré una melodía tranquila y de origen gallega para adentrarnos en nuestra temática:
Carlos Nuñez-Moura
Y con esa música de fondo, Carolina, sonriente, se iba vistiendo. Justo cuando iba a calzarse la locutora empezaba a narrar, así que dejó los zapatos, se echó encima de la cama y prestó toda la atención:
‘No era un bosque más, este era especial para Aurea. Toda la vegetación verde, los árboles grandes y enteros, una multitud de flores y plantas, y un río con abundante agua.
Todas las tardes iba a dar un paseo y ese día era el más propicio, San Juán.
Después de dar unas cuantas vueltas se sentó a la orilla del río. Sus alas inquietas y doradas dejaron de agitar. Su melena pelirroja dejó de ondear. Parpadeo un par de veces al mismo tiempo que dió un chasquido con los dedos. Se convirtió en una mujer bellísima.
Le parecía fascinante que con nada y en tan poco podía transformarse de hada a mujer.
Su sonrisa daba alegría al entorno, sus ojos verdosos claros brillaban más, su piel más aterciopelada, sus curvas más marcadas y su melena más larga y brillante. Con un giro de la mano obtuvo un peine de oro. Con él empezó a peinar su larga melena cuidadosamente. Le dedico un buen tiempo a ello. Estaba casi terminando cuando escuchó un ligero sonido gracias a su agudeza auditiva. Aunque se convirtiera en mujer no perdía sus poderes de hada. Miró a su alrededor y percibió a un jovenzuelo. Agudizó su vista y pudo notar que no era un cazador. Al saber eso quería que se le acercara, chapoteó su mano en el agua del río. La curiosidad del chico hizo ir hacia donde había escuchado el ruido. Cuando se dio cuenta que había una mujer a la orilla del río se quedó petrificado.
Aurea no paraba de mirarle y sonreírle hasta que le dijo:
- “¡Ven!”
Él obediente se acercó. Era alto, con un cuerpo muy atractivo, de tez morena, unos ojos negros intensos y un porte elegante. Estaba admirado por su belleza. Se sentó a su lado con un poco de miedo, por lo desconocido, pero algo le hacia atraerse como un imán a ella.
- Me llamo Aurea, ¿y tu?
- Oscar
- Creo que el destino hizo que nos cruzáramos.
A medida que iba hablando ella lo hacía con más firmeza. Tenía a Oscar a milímetros por lo que pudo observarlo mejor, también notó que estaba muy nervioso. A pesar de ello, percibió que él estaba ansioso por probar sus labios tentadores y de acariciar su piel de arriba abajo sin dejar ni una zona. La verdad es que ella lo deseaba desde el momento que lo miró.
Sin pensárselo más de dos veces se humedeció los labios y fue a besar dulcemente al chico. Él reaccionó agarrando su dulce cara y le correspondió. Sus lenguas se cruzaron y la saliva se entremezcló. Como si las prisas les apoderaran lo hacían con más rapidez a la vez que se daban algún mordisco en los labios.
Al mismo tiempo Oscar descendía sus manos por los brazos a la vez que le quitaba la túnica blanca. Ella se estaba excitando, eran tantas sensaciones extraordinarias que deseaba que nunca acabase. Con los pechos al aire él fue descendiendo su lengua por el cuello hasta llegar a ellos y haciendo redondeles sobre el pezón. Con una mano en cada pecho los empezó a acariciar suavemente, para luego juntarlos y hacerlo con más rapidez. Su lengua rozó el pezón izquierdo, lo suficiente para humedecerlo y endurecerlo. Acto seguido hizo lo mismo con el pezón derecho. Y como guinda al pastel, su boca abrazó el pezón, tanto el derecho como el izquierdo, para succionar el pecho.
Fue deslizando su lengua por la piel suave y blanca, pasando el ombligo pequeño, hasta llegar a su pubis. El cuerpo de Aurea no lo podía evitar, se estremecía ante eses estímulos y la cadera se elevaba. Los dedos de él rozaban suavemente el pubis, aunque lo que más deseaban era juguetear con aquel lugar recóndito. Los muslos de ella se separaban para dejar paso a su máximo placer. La boca de él se abrió para sacar su lengua. La pasó cerca de su húmedo sexo pero poco a poco se fue acercando. Cuando Aurea notó su lengua dentro lanzó un alarido gustosamente.
Siguió danzando su lengua por los labios vaginales, provocando gemidos profundos y ahogados. Avanzó hacia el abultado clítoris para lamerlo, y presionarlo, un poco, cada vez un poco más y más. En su cabeza tenía las manos de ella haciendo fuerza cada vez que se estremecía y lanzaba un gemido ahogado. Dos dedos de él se introducían en el interior de su vagina marcando un ritmo constante. La respiración acelerada de ella y sus movimientos de cadera más rápidos presagiaban un gran orgasmo. Él siguió hasta que ella gimió de placer como nunca y su cuerpo se convulsionó un par de veces.
Aurea mostró una gran sonrisa e iba a besar a Oscar cuando este se echó hacia atrás. Le pareció ver algo dorado detrás de ella, pero enseguida parpadeó y comprendió que estaba equivocado.
Mientras ella jugaba con su lengua provocativamente con la de él, lo iba desnudando a la vez que movían sus cuerpos rítmicamente.
-¡Túmbate! – Mandó ella
Se sentó encima de él, haciendo que sus zonas íntimas coincidieran sin que aún se sintieran uno dentro del otro. A la vez que se meneaba, y que sus sexos se frotaban, ella con sus dedos pellizcaban sus pezones. Los resoplidos de él eran cortos y constantes, le lanzó una mirada a Aurea, y como comprendiendo asintió la cabeza.
Elevó sus caderas permitiendo que el pene entrara lentamente rozando cada milímetro de su vagina. Esa sensación era fantástica para los dos, difícilmente inexplicable. Empezó a moverse rítmicamente que enseguida se cambiaron por las embestidas de él, largas y profundas. Cada embestida hacia temblar el cuerpo de ella. La llegada de un orgasmo era inminente. Él, con sus brazos agarró el cuerpo de ella elevándolo ligeramente y aceleró las embestidas. Proporcionando un placer que enseguidamente acabaría en clímax. Sus respiraciones entrecortadas y gemidos daban paso a un par de gritos de placer, sus cuerpos agitados a estar por milésimas de segundos quietos pero recorriendo por todo el cuerpo un placer infinito.
Aurea irradiaba luz en todo su cuerpo y cuando contempló a Oscar con los ojos abiertos de par en par sutilmente le puso un dedo en su boca y le susurró:
-¡sshhh!
Esta vez pudo contemplar con toda claridad unas alas doradas y grandes en la espalda de ella.
Oscar se despertó de la cama agitado, advirtió algo pequeño en su torso y lo miró detenidamente. Constató que no fue ningún sueño. Era la hada Aurea, tan hermosa como el oro.’
Espero que os hubiera gustado el relato amig@s. Mañana a la misma hora volvemos, contamos contigo. ¡Buenas noches!”
Carolina estaba imaginándose la última escena del relato cuando escuchó sonar el timbre. Se calzó toda apurada y fue abrir:
-Uy…que sonrisa más picara… ¿vamos?- dijo Ángel
-¡Por supuesto! ¿Lo dudas?
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